Las emociones como puentes cuánticos de conciencia
Las emociones son como ríos subterráneos que atraviesan nuestro cuerpo, llevando mensajes que muchas veces no sabemos escuchar. Son frecuencias, vibraciones vivas, que se expresan en la carne, en la respiración, en el pulso de nuestra sangre. Cada emoción, incluso la que rechazamos, guarda un código, un mapa hacia un estado más expandido de conciencia. Lo que llamamos tristeza no es más que un llamado hacia la interiorización, un recordatorio de que hemos perdido un fragmento de nuestra luz y necesitamos regresar a ella. La ira, esa fuerza tan mal interpretada, es en realidad un fuego de protección, un grito del alma que nos pide límites sagrados, que nos invita a recuperar la soberanía. La alegría, tan ligera, nos recuerda la conexión original con el pulso creador del universo.
Cuando vivimos desconectados de nuestras emociones, vivimos fragmentados. Somos como piezas de un rompecabezas disperso que intenta encontrar su centro. Pero cuando nos atrevemos a sentir, a escuchar y a habitar cada emoción con presencia, lo que descubrimos es que no son enemigas, sino aliadas. Son el idioma con el que la conciencia infinita se comunica con nosotros a través de la materia. Son puentes entre lo humano y lo divino, entre lo visible y lo invisible.
En la alquimia espiritual, las emociones son la materia prima, la base sobre la cual se trabaja. No se trata de negarlas, ni de disolverlas, sino de transformarlas. Como los antiguos alquimistas que buscaban convertir el plomo en oro, nuestra tarea es convertir el dolor en sabiduría, la sombra en luz, la contracción en expansión. Para esto necesitamos atención, necesitamos presencia, necesitamos recordar que dentro de cada emoción late un poder creador.
La física cuántica nos revela algo que los místicos ya sabían: la realidad no es fija, sino un campo de infinitas posibilidades que se colapsan en función de nuestra atención y nuestra vibración. Esto significa que nuestras emociones, al ser vibración pura, son parte activa en la construcción de la realidad que habitamos. Una emoción sostenida en miedo genera realidades de contracción y escasez. Una emoción sostenida en amor abre puertas hacia realidades de abundancia y expansión. Lo que sentimos, lo que permitimos vibrar en nosotros, no solo nos afecta internamente, sino que literalmente modifica el tejido del universo que experimentamos.







